
De isla en isla y de nube en nube.
Nada mejor que dejarse mecer por las tibias aguas teñidas de aul turquesa
y bucear en su inesperada calma.
Instantes congelados, metáforas visuales y otros sortilegios cromáticos.
Y, de repente, el Caballero de las Alas Infinitas rescató a la doncella y, sin desvelar su destino, la llevó a tierras lejanas. Al desembarcar, gentes diferentes les daban la bienvenida con sonidos no del todo inusuales, y les ofrecían todo tipo de flores y de frutos tropicales. Al adentrarse en las aguas cristalinas, los arrecifes de coral desplegaban sus ejércitos de maravillosas criaturas submarinas, tiñendo a su vez las playas de finísima arena blanca. Y en el ocaso del día, los colores se fundían con las nubes, dejándose caer sobre la noche con un esplendor ignoto.