
Fue durante el mismo atardecer cuando reparé en esas nubes que, como arañazos del cielo, se extendían exultantes a lo largo y ancho de su vasta extensión.
Pensé en esa bóveda resquebrajándose, en los arreboles perennes de cirros ensangrentados y en la ausencia de lluvia que, como lágrimas del cielo, hubiera ahogado la batalla cromática que se desataba en mis pupilas.